sábado, 29 de noviembre de 2008

Felicidad

El hombre, que creyó encontrar la felicidad, se acercó a ella.
Más, y más, hasta hacerla tangible.
La tocó.
Era como un tubérculo. Como una patata.
Se introdujo en su basta letania, acercando sus manos hasta la matriz azul que emergía de su interior. Entre los pinos del bosque, en un camino poco transitado, sin quererlo. Sorprendido, miro hacía los lados. El mundo permanecía estático. Después asomo la cabeza por su interior, se desdibujaba entre los espectros violaceos que surgían de la felicidad, eran primero azules y al contacto con la realidad se iban tornando roijzos. La felicidad era semejante a un capullo verde, que colgaba de ningún sitio, proyectando pudor ajeno en algún rincón de Barcelona.

Un jardín de manzanos rojizos se despertaba entre las sienes del hombre, que ya para ese momento había sucumbido a la felicidad. Pelear, de cualquier manera, hubiera sido inútil.
Nadó, dentro de ella, consiguió introducirse hasta la cintura. Los manzanos crecieron. El hombre reía, batía la mandibula y dejó escapar una carcajada sonora y otra más, consiguiendo una reverberación muy vistosa. Sus pies eran flores que resubían hasta la cintura, como muestra de una flexibidad asombrosa dejaban pinceladas de violento granate a lo largo de su camino. Cada fibra se replegaba sobre ella misma. Por abajo asomó el femur. Se astillaba, elegante. La felicidad lo absorbia con una pajita, dejando el mismo sonido. Se quedo un rato, mirando todo aquello.

Paseó por las extensas bovédas azules.
La felicidad se cerró y desapareció.
Entonces sintió que algo se oscurecía. Sus pestañas pesaban menos. Las piernas estaban frías. Sus manos se agarrotaron. No podría explicar a nadie que ya(no) era feliz.
Que no habia emoción, no había sentido si era feliz, immerso en la antesala de la felicidad.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Noviembre Frío

A fuera llovía. he tenido miedo de todo.
Me he despertado tan tarde, y sólo estaba el jefe. Bronca. Me he levantado y me he vestido a prisa, muy a prisa. Entonces, he volado hasta al váter. Me he mirado al espejo y he tenido más miedo. Nada me ha importado, aterrado. He deshecho el camino que me separaba de mi habitación. Me he quitado los calcetines, los vaqueros. Los he tirado al montón de cosas que se amendrugan en mi silla. Acto seguido me he metido en la cama.
He seguido durmiendo hasta las cinco de la tarde. Mi padre ha entrado. "¿Aún estás aquí? Tienes que levántarte y llamar al curro." Sumerjo mi cabeza en el edredón. Tengo pánico.
Salgo cuando él se ha ido. La noche ya está aquí y me siento mejor. Pospongo a mañana todo. No llamo a nadie. Un trabajo que hacer. Un futuro que labrarse. Queda poco para que acabe el año.

jueves, 20 de noviembre de 2008

La rebelión naranja

Silvia y yo andabámos distraídos por la calle Mallorca.
Así que, de repente, surgió el tema.
"Tu me quieres?"
"Pues claro", subrallé yo.
A ella le pareció una buena respuesta, y yo, para remarcarla aún más, la bese en los labios dulcemente.
Entonces seguimos el paseo vespertino.
Una gran estatúa presidía un congreso de artistas de la calle. Una pancarta lo ponía de manifiesto.
A mi me acababan de dar la nómina y era navidad. Bien, la gente decía "es navidad", "¡vamos a comprar, Jorge!". Yo nunca digo ese tipo de cosas. Supongo que la cosa es esa, que el dinero círcule. No se dónde he leído que al final sólo quedan deudas. Me dieron menos de lo que esperaba por mi trabajo, seguramente en menos de dos semanas la mayor parte habría volado. Pero era navidad.
No sentamos en Verdaguer.
Había dos tíos jugando al ping-pong.
Cuando hablabámos se escapaba un vapor blanco. Era divertido. Sus rizos salían del gorro de lana azul. Comenzamos a hablar de cine. "¿Sabes quien me gusta mucho? Tarantino”. “Tienes que leer el libreto de Pulp Fiction, es divertidísimo”, dijo expulsando una bocanada efímera.
Unos niños jugaban enfrente, dentro de un receptáculo cerrado con toboganes y columpios. "Pero a mi me gusta más el director de Pi, Aranofski. Tiene un manejo de las imágenes único. Claro que es menos violento y más reflexivo”, respondí.
Conectaron el alumbrado: las luces se prendieron. Eran asquerosas, intermitentes y naranjas, y en los ojos de los niños encendían ese pseudo sentimiento de ilusión. Cerca del banco había una fuente, yo me levante a beber. El agua salía de mala gana y estaba helada. Se metió dónde se resguardaba Ryu Murakami y las lechugas submarinas sucumbieron al gélido estado.
“Aranofski no sabe dirigir. Quiero decir, tiene muy buena visión de fotografia, y sabe estructurar la historia, pero se queda corto a la hora de contarla”. Después, ella metió la mano en mi bolsillo, sacó el paquete de tabaco y se encendió un pitillo.
El cálido aroma a nicotina se fue paseando entre su boca y la mía. Nos fumamos las letras del cigarro a partes iguales. Una pelota de ping-pong botó hasta cruzar la calle, el autobús número quince marchaba calle abajo. Los tíos se miraron y sacaron otra pelota, siguieron jugando. La pelota, polizonte ocasional, acompañaba al paso a uno de los pneumáticos traseros, siguiendo su ruta.
Nos levantamos, allí no habia nada que hacer, hacía demasiado frío. “Tengo el culo cuadrado”. Me dio un cachete en las nalgas y volvió a ser redondo. Se holgó un poco la bufanda y dijimos, al unisono en clave de fa: "¡Se acabó el paseo!" y en un momento nos plantamos en casa con nuestras naves espaciales camufladas en botas chirucas.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

lluvia

Vuelves a sentir la lluvia en la cara,
todo está bien, no te preocupes,
les oyes decir,
lo saben todo y te quieren ayudar.

Te traen un paraguas grande.
Es negro y los arcos están reforzados.

Y ves que todo el mundo va sin él.
Y te sientes estúpido.
Pero sabes que todo está bien.
Nada te preocupa.

Tus amigos están detrás.
Te animan a continuar, no hay meta.
Es continuar hacía cualquier sitio.
Sin embargo, cierras el paraguas.

Te paras.
Miras a tu alrededor.

No llueve y los charcos son reflejos.
Las nubes de tormenta iracundas
parecen espumosos trozos airados.
Toda la vida entre truenos y truenos.

Comenzará a llover, y tus amigos
se quedarán el paraguas.
Tú caminarás hacía la calle de abajo
dónde venden los shawarmas.

Llegarás a casa.
No vale la pena, pensarás.

"Que más dá, si ya todo me da igual,
si ya nada vale nada, nada vale
la pena, nada está a la altura. Ni yo."

Menosprecio más, menosprecio menos.

"La vida es una mierda y el país se va
a la crisis, el anticristo ya está aquí
y ya no queda gente de verdad."

Tus amigos vienen a casa.

Sacan de la chistera un conejo.
Hacen magía con poco y menos.
Pero tu no sabes que decir.

"¡Mágnifico! Me ha encantado."

Aplaudes.

Sabes que algo se te escapa.
Sigues buscando los tres pies al gato.
Ellos se sonrojan.
Son muy buenos magos.

Se van y tu te vas a otro sitio.
En la calle los semaforos son verdes.
No hay gato, pero hay comida en lata.